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Abuelas, pan de elote y Pueblo Mágico

Abuelas, pan de elote y Pueblo Mágico

En Santiago no hay ‘platillo favorito’: todo se vende igual. ¿Será por los ingredientes naturales o por el amor que le ponen?

La lucha por la plaza de Santiago es una pacífica y que se disfruta cada día, porque los restaurantes que ahí se encuentran no le piden nada a los del vecino Monterrey. Uno de los más concurridos es La Casa de la Abuela, dividida en dos establecimientos, separados solamente por la Casa de la Cultura. Se encuentran sobre la calle Morelos, que se convierte en Zaragoza justo en el restaurante de la esquina. Este tiene terraza y es de ambiente más tradicional, ahí se vende la panadería y repostería, además del menú regular. El otro local, que da hacia la fachada de la Iglesia, es un poco más moderno. Aquí hay un patio con fuente, y también tienen la paletería y nevería.

Dicho espacio, además, forma parte de la primera casa de Santiago, como se puede leer en una placa. En la misma se indica que la construcción comenzó en 1753 y que tuvo varios usos, entre otros, ser el hogar del cura y el cuartel de la emperatriz Carlota. Pero volviendo a la comida. Ese día probamos los huevos rancheros, que van estrellados o revueltos sobre dos tostadas doraditas y con salsa molcajeteada o salsa de chorizo. El jugo sabe realmente a naranja, y el pan de elote a elote.

Para el almuerzo además hay chilaquiles, machacado y huevo, que puedes pedir con los mismos guisos que los tacos, empanadas, gorditas o sopes: de asado, cochinita pibil, barbacoa, chicharrón, deshebrada, nopales, acelgas o champiñones con queso, entre otros. Los platillos los sirven en media orden o completa, y varían entre 45 y 80 pesos. Los domingos también sirven menudo a la hora de la comida.

Los turcos y su famoso pastel de elote cuestan 15 pesos cada uno, pero también hay brownies (24 pesos) y pasteles o pays enteros de tres leches, zanahoria, manzana y estilo New York, entre 275 y 315 pesos. En medio del restaurante (del que no tiene paletería) hay un gabinete con pan recién hecho. Igual a la entrada hay cajitas para llevar con empanadas, galletas y demás.

María del Carmen Ochoa es “la abuela”, aunque no tiene nada de la típica señora de la tercera edad que uno se imaginaría, estilo película mexicana en blanco y negro. La mujer, quien fundó el negocio hace casi 12 años, se ve elegante y conservada, aunque efectivamente sí tiene nietas.

Su restaurante realmente empezó como pastelería y repostería “de antaño”, según María del Carmen, quien aún funge como repostera y cocinera, sobre todo los fines de semana, cuando tienen más gente.

“En mi casa desde chica a nosotros nos acostumbraron a estar en la cocina”, recuerda, “a participar, mi mamá nos enseñaba. Luego fui sacando las recetas de ella e inicié el negocio. Siempre he hecho esto. Antes de hobbie y ahora así”.

Ochoa es originaria de Cadereyta aunque vive en Santiago desde hace tiempo. La Casa de la Abuela estaba en la calle Juárez, y al año se mudaron a la de Morelos, para tiempo después abrir el segundo local. Los platillos para el diario se introdujeron a petición de sus mismos comensales.

“Lo salado es porque a veces venían los clientes y nosotros, en lo que se estaba horneando el pan o las galletas, estábamos comiendo o almorzando. Llegaban y decían ‘ay abuela, qué rico huele, véndame un taquito, hágame unos huevitos’. Todas las recetas son de mi familia, de mi mamá, mis tías, vienen desde la abuela y bisabuela”, platica María del Carmen.

La abuela también asegura que no hay un producto favorito, “no es por nada, pero todo lo que aquí se hace se vende”, aunque admite que el pan de elote “hace furor”. “Nuestras recetas no llevan conservadores, son cien por ciento naturales”, asegura, no nos dura aquí, todo es nuevo. A veces los fines de semana vienes y encargas y luego llegas a recoger porque no nos damos abasto”.

Junto con ella trabajan su hija y otras jóvenes de Santiago, algunas de las cuales son estudiantes y a quienes apoyan para continuar en la escuela. María del Carmen presume que incluso una de ellas, quien entró para “ayudar en las paletas”, ahora es abogada y sigue yendo los fines de semana. El restaurante abre de lunes a domingo y es visitado por estudiantinas en ocasiones, igual que otros establecimientos. Los fines cierran a las 20:30 y entre semana “se supone” que a las 19:00, bromea la abuela, pues dice que los comensales se van a veces hasta una o dos horas después y “habiendo gente, aquí estamos”.

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