Allende: donde las comadres son leyenda

Entre bromas y groserías, Las Comadres sirven platos llenos de historia. ¿Te atreves a probar su sazón?
Mientras las comadres te sirven tortilla tras tortilla para comer carne con chile recién hecha, el teléfono no deja de sonar. La Chiva, como le dicen, es quien generalmente contesta. “¿Cuántos vienen?”, la oímos preguntar de este lado de la línea, “pos te estoy diciendo, junta tu pinche raza. Ándele pues, ahorita me vuelves a hablar”. Dolores, la otra comadre, comenta que su hermana siempre les hace pasar vergüenzas, a lo que obtiene de respuesta “¿Pos yo cómo le voy a decir? Ni traigo su panza ni traigo su tiempo, ¿o no es cierto?”.
Las Comadres de Allende abrieron el 5 de septiembre de 1980. Su pequeña cabaña blanca, donde caben dos mesas pegadas junto a la estufa, ya recibía clientes desde entonces. Pero con su presencia en redes sociales, la afluencia de comensales ha aumentado desde hace un par de años. En Facebook han hecho memes con sus frases adornadas de su clásico “Favor de no estar chingado”, entre otras palabras. Aunque es sobre todo la Chiva a quien se le escucha decir más cosas. “¿Cuántos?”, vuelve a preguntar por teléfono, “nomás no vayas a llegar después porque no te voy a dar de tragar (silencio). A que no (silencio). Ándale, cálame pa’ que veas, cabrón, que te quedas sin comer”. Cuelga.
Dolores y la Chiva son hermanas, “por desgracia, nomás una vez”, explica la primera. Las ayuda con las mesas un sobrino al que llaman su tío, porque se parece a un pariente de ellas. Dicen que su comida sabe rica porque “se cocina al estilo Walter Mercado: con mucho amor”, bromea Dolores. “Lo que hagas, así sea para barrendero, necesitas que te guste barrer”, continúa la mujer mientras lava platos, “agarrar la escoba, voltear y ver cómo vas barriendo, que digas ‘qué bonito me quedó’. Pero eso de barrer porque te van a pagar no tiene sentido”.
Las hermanas, originarias de Uruapan, aprendieron a cocinar con su mamá, en casa. Se fueron de aquella ciudad de Michoacán, “por lo que muchos se van a otras partes”, explica Dolores. “Mi marido se vino a trabajar aquí, yo me vine a acompañarlo. Un buen día tuvo un accidente y falleció. Yo no sabía trabajar, no estaba acostumbrada a esto. Pero, ¿Quién iba a mantener a mis dos hijos?, estaban chiquitos. Tenían 6 y 7 años. No se crea que es porque sea trabajadora. Cuando me quedé sola se vino ella (la Chiva) a cuidar a mis hijos y yo me puse a trabajar”.
Ahora sus hijos están casados, incluso un nieto, pero Dolores asegura que no quiere que la mantengan porque le gusta conocer y ver gente. “Quieras que no, te vas acostumbrando”, comenta, “ahorita ya no tengo mucha necesidad pero es difícil dejarlo”.
Al centro de la mesa te sirven dos cazuelas: una con frijoles y otra de chile con carne, ambas humeantes, y tres pequeños platos blancos, uno con aguacate, otro con queso fresco y uno más con cebolla sazonada con limón y chile. Además te van poniendo sobre las cazuelas enormes tortillas recién salidas del comal. Puedes pedir la carne con o sin chile, pero eso sí, si te ven que te suenas la nariz y no aguantas el picor, te dicen que saliste “niña”.
También puedes salir regañado por comer “pura masa”, aunque las comadres pueden ser comprensivas. “Tú sabes que en Monterrey tortillas así no hay”, le dice Dolores a la Chiva. Aseguran que algunas personas hasta se las llevan escondidas en las bolsas de lo ricas que están. “Esa ya me la sé”, afirma Dolores.
“Esto se fue dando poquito a poco”, platica dicha comadre, “era un negocito que tenía nada más, ¿Qué sería?, tres cajas de refrescos. Parece que había cinco cajas de cerveza, nada más, y una estufa así toda por sin ningún rumbo. Prácticamente aquí era una cantina, no tenía chiste, la atendían puros señores. Estaba lleno de zacate. Después venían los señores a lavar sus carros, había muchos niños aquí lavando. Los señores se tomaban una cerveza, unos cacahuates, y empezamos a cocinar comida para nosotras. A veces les decíamos si gustaban un taquito. Les llevaba un taquito en lo que acaban de lavar sus carros”, platica.
Las hermanas inicialmente preparaban arrachera, t-bone, milanesa, enchiladas, tacos, sopes, tostadas. Pero se quedó la carne con chile. “Sabemos cocinar otras cosas pero la gente no quiere eso”, menciona Dolores.
Sirven la antepenúltima mesa a las 5 de la tarde y luego se preparan su almuerzo. A veces no tienen tiempo de desayunar, por lo que comen de pie un pan con café, nada más. Pero eso sí, enero y febrero son vacaciones. “Abrimos del 1 de marzo al 31 de diciembre porque gracias a Dios tenemos papá y mamá”, continúa la comadre más platicadora, “y los vamos a ver. Nos vamos un mes y otro mes estoy con mis hijos. Es la razón por la que cerramos, mis hijos están lejos”.
“¿Cuántos son?”, pregunta por tercera vez la Chiva, esta vez en persona, “¿Hablaron? ¿Ah, son imprevistos, canijos? Ahorita los acomodo en una mesa”. Un grupo de jóvenes se acerca a la puerta de las comadres y comienza a hacerles plática, por lo que es tiempo de dejarlas. Dolores se dirige a nosotras: “No soy grosera, pero aquí es andando y caminando”. Pagamos 390 pesos por tres personas y nos retiramos. Afuera había aún un par de mesas con comensales. Unos niños jugaban en las piedras del río Ramos, rodeado de enormes sabinos. Las comadres siguieron cocinando.
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