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Mercado La Florida, Sur de Monterrey

Mercado La Florida, Sur de Monterrey

Moda, antojos y tradición: el Mercado La Florida lleva décadas vistiendo y alimentando a Monterrey cada semana

Redacción Cecilia Vázquez.

Para empezar, uno no puede asistir y suponer que encontrará estacionamiento fácilmente, mucho menos en sábado. Si se va en auto, hay que sortear los escasos lugares en las calles aledañas y esperar que los vecinos no se molesten – cosa que claro que pasa. Y es comprensible, pues esos dos días el área se vuelve de tránsito lento y no todos los visitantes respetan los señalamientos. Tal vez por esto tantas casas cuenten con letreros de “vecinos vigilando”, con un gran ojo pintado en un fondo amarillo chillante.

Una vez atravesada la vigilancia, hay que hacer reverencia en la iglesia contigua al terreno del mercado (no se vaya a olvidar que es México) y dejarse guiar por la pequeña feria y sus juegos mecánicos, que siempre se ven algo tristes en la luz del día. A lo lejos se ve la torre ciudadana y luego, finalmente, aparece su destino. Se trata de un área de unos 100 por 200 metros, localizada al lado de un campo de futbol no muy bien cuidado, y la mencionada parroquia. Un pasillo es delimitado por un mecate y una pared de cemento, en donde hay vendedores que dan la bienvenida al lugar con sus frutas y verduras, churros y papitas.

Pasando el pasillo, hay toldo tras toldo sobre puestos de vestidos de fiesta, ropa interior, tenis, productos para el cabello y la piel, bolsas de mano, maquillaje, perfume y demás. Ese es el principal giro del mercado, aunque también hay otros vendedores de electrodomésticos, juguetes, fundas de celulares y demás. Incluso hay objetos decorativos, como una curiosa ardilla disecada en posición de tocar el bajo (hecho a su tamaño). “¿Es real?”, le pregunto al hombre. “Era”, responde.

La comida

Los pasillos del mercado son relativamente fáciles de transitar los jueves. Bajo los techos de lona el sol no es tan malo. Una señora pasa constantemente anunciando que mide la presión y el humo indica que nos acercamos a un puesto de comida. Al lado de Tacos y Gorditas Zoila hay un joven frente a dos mesas, en las que tiene naranjas, un exprimidor y una hielera con jugos ya preparados y envasados.

En Zoila atienden la dueña, del mismo nombre, su esposo y otra mujer que los ayuda. Hay tres mesas sobre el piso de tierra y un comal donde se van poniendo las tortillas que acaban de amasar y aplanar. Obviamente hay que probar las de asado y chicharrón.

La señora Zoila Carrillo platica con nosotras mientras usa ambas manos para amasar varios kilos de harina en una tina de plástico. Está parada, inclinada para usar su peso en la acción. Dice que tienen tres años de estar en La Florida y que inicialmente vendían ropa pero hicieron el cambio porque había mucha competencia.

Después “vendíamos barbacoa y menudo en San Rafa, era una frutería”, continúa, “ahora le cambiamos a gorditas y nos ha dado muy buen resultado”. Dice que debe levantarse a las tres de la mañana para llegar acá a las 4:00 y preparar todo. “El sábado”, agrega, “hay tamales recién hechos, aquí los hacemos”.

Van y vienen músicos tocando canciones gruperas y un hombre anuncia que tiene ropa de niño “directa de Los Ángeles”. La señora Zoila aprovecha que no hay tanta gente y sigue amasando. “Andamos en los demás mercaditos, en domingo por Alvarado y Azueta, vendemos menudo bien rico, hecho en leña, bien espesito, tiene mucha pata”. Sobre su laboriosa tarea, explica que la masa para la gordita y la tortilla es casi igual pero la primera necesita ser más suave, por lo que la revuelve con Maseca. En su menú también incluye tacos de harina y maíz, y los sábados hay hamburguesas, enchiladas, flautas y champurrado.

La diferencia en su oferta se debe a que los sábados van más familias, porque los niños no están en clases y algunos adultos no trabajan los fines de semana. Los jueves, “a la una y media recogemos y lavo porque todo me llevo bien limpio”, finaliza Carrillo. En otro de los pasillos llegamos a lo que es una especie de área más establecida de comidas. Mientras que Zoila era una isla entre el mar de ropa, acá hay más opciones para sentarse a desayunar, almorzar o lo que se alcance.

Antonio Varela Loera es dueño de los tacos Don Toño. El hombre está de espaldas a su pequeño comedor y frente a un comal siempre prendido, sobre el que va poniendo tortilla tras tortilla. A su lado hay un joven con varias pequeñas cazuelas llenas de guisos, y del otro lado hay un señor cortando incesantemente pedazos de barbacoa con su pequeño machete de cocina y tabla de madera. El “barbacoyero”, le llama don Toño. Entre recibir pedidos y proveer de tortillas a ambos lados, el taquero cuenta que tiene 35 años en el mercado y que está ahí desde que éste empezó. Además de lo mencionado, en el menú tiene menudo, champurrado y avena, “todo bien rico”. Al igual que la señora Zoila, don Toño también se mueve entre mercados. Los jueves es el de La Florida y los sábados es de Constituyentes de Querétaro.

Su esposa es la encargada de preparar todo en casa. Sobre las ventas dice que son “más o menos”. “Lo único es que un día estamos en un lugar, de repente es váyase a otro. Las ventas suben y bajan, no siempre son buenas”, afirma.

El siguiente puesto es el que más fila tiene. Tacos Amor lleva el mismo nombre que la dueña y la dinámica no debe romperse. Los comensales se forman frente al comal, donde Martín Rodríguez recibe la masa y va volteando las enormes tortillas de harina, y luego hacer el pedido a otra mujer, la vigilante de los guisos. Después se pasa al comedor, de mesas comunales, se le dice al joven encargado cuántos son y éste los acomoda.

Amor es un puesto frecuentado y en medio de la plática se acercan, primero un joven que me pregunta si tengo lugar para sentar a ocho en los tacos, y luego una señora que insiste le venda dos tortillas sueltas porque no quiere hacer fila. Rodríguez se las vende a diez pesos y recibo el dinero.

“Todos hacemos de todo, extendemos los testalitos, somos multifuncionales aquí, ya estamos bien diestros”, asegura el tortillero. “Yo llego aquí a las cinco de la mañana a instalar la estructura y empezamos desde las ocho, hasta las tres, tres y media”, agrega. El puesto tiene más de 30 años en el mercado, y a diferencia de los antes mencionados, sí se pone los sábados aunque “dos lugares más abajo”. Venden tacos de harina, gorditas y quesadillas. Según Martínez lo primero que se acaba es el asado, chicharrón, deshebrada y queso en rajas, aunque también tienen de picadillo y huevo. Respecto a su popularidad, dice que siempre ha sido así, que la gente ya los conoce. Y entre sus labores de hacer gorditas, extender la masa, cocinar y servir, comenta que lo más difícil es quemarse las manos.

Antes de partir

El juego de lotería es tradición en el lugar y nos sentamos antes de partir. El área ocupa toda una esquina y está mejor resguardada del sol, es como un pequeño casino pero más sencillo. Las mesas están acomodadas para formar un cuadrado, en medio del cual se mueven varias personas. Unas te señalan dónde están las tablas y cómo se gana, otras te dan fichas y luego está quien te explica cómo funciona la cosa. Te sientas, escoges cuántas vas a jugar y pones tus cinco pesos por ronda al lado. Un joven pasa cada ronda, lo recoge y listo. La voz de un hombre va cantando las cartas y cada treinta segundos gana una mujer. No me enteré cuáles eran los premios porque nunca gané. Para el trago amargo, compré un elote entero y luego un yuki de limón.

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